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En Estados Unidos, los caminos por los que ha tenido que atravesar la legalización del juego no han sido más fáciles que en otros lugares. Sabemos que la tradición estadounidense tiene una moral cerrada, mucho más bien conservadora, herencia de su pasado luterano. Apostar en Estados Unidos ha sido una acción llena de altibajos.
El juego de azar se prohibió de forma contundente en 1890, al tiempo que las loterías se habían convertido en la más popular forma de apuesta. Para la década del veinte el sentimiento pro-apuesta volvió a florecer, pero con el crack económico del 29’ fue cuando se pudo ver un verdadero florecimiento de las apuestas, la mayoría de ellas hechas de forma clandestina (recordemos que hablamos de la misma época de la prohibición del alcohol y del fortalecimiento de las mafias locales).
Fue en 1931 cuando el estado de Nevada aprobó la legislación que permitía las apuestas de forma legal; y la capital de todo este movimiento –y seguro ni siquiera tendría que decirlo de tan obvio que resulta- fue Las Vegas. Para la década de los setenta, los centros de apuestas en el país americano cambiaron drásticamente, y se diversificaron con la aparición de los casinos de las reservas indígenas, los cuales además ofrecían una variedad más marcada para todos los gustos: videojuegos, salas de teatro, parques temáticos, y un largo etcétera. El panorama aquí, no cambió mucho por años, hasta la aparición del internet como herramienta de cambio.