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Casi 14 millones de euros en premios han sido el reclamo que este año ha congregado a 7.000 personas en torno a los tapetes del mayor campeonato de póquer del universo. Magazine ha viajado hasta allí con dos jóvenes jugadores españoles dispuestos a hacer saltar la banca.
A algunos la mano derecha les traiciona. Se sientan en la mesa semicircular y palpan el fieltro en busca del ratón del ordenador. Gajes de novato debutante y tembloroso que se ha tirado demasiadas horas jugando en la Red. Pero todo internauta enviciado con el full, la pareja de reyes o una escalera al as, sueña con saltar del ciberespacio y triunfar en el tapete. Aún con más ahínco si el reparto de naipes se lleva a cabo en Las Vegas y se trata de jugar el mayor evento de póquer del universo: las WSOP (series mundiales de póquer, según sus siglas en inglés).
O sea, Eldorado donde dar el golpe, la tierra prometida en la que se instalaron el azar y la ruina… A tan rico panal de 14 millones de euros, un puñado de españolitos acudieron. No perecieron en él presos de la avaricia, sino que adquirieron experiencia y comprendieron por qué en la ciudad donde confluyen todos los pecados el póquer es un culto sagrado. Sin misericordia. Entendieron por qué se comenta que en su versión Texas Hold’em será el deporte del siglo XXI, futura disciplina olímpica para los Juegos de 2020 como piden algunos foros de fanáticos. Unos 12 millones de personas en el mundo –que mueven 18.000 millones de euros al año en el sector– ya saben lo que es echar una partidita de póquer online. La fiebre no cesa. Cada día en España se celebran más torneos, se entrega más dinero, se unen correligionarios a esta causa pagana. Algunas salas llegan a tener 100.000 usuarios simultáneos de póquer vía módem. Las tres modalidades líderes en nuestro país son el Texas Hold’em (44%), Video Poker (30%) y el 7 Card Stud (23%). El arquetipo de jugador es varón (65%), entre 25 y 34 años, casado y con unos ingresos inferiores a 35.000 euros. ¿Su motivación? Ganar dinero y desafiar la pasta de otros cibernautas. Sin embargo, no tiene nada que ver jugarse los cuartos vía Internet con un ama de casa de Sydney o un fontanero de Reykjavik que hacerlo cara a cara con los mejores apostadores de la Tierra. Y encima en la megalómana sede mundial del juego.
Si Nicolas Cage llegó a Nevada para matarse bebiendo en cierta película, los 6.844 jugadores que participan en la convención mundial del póquer acuden a forrarse el riñón (9.??9.5?7 de dólares para el ganador). A vivir profesionalmente del farol. A desplumar al rival. A salir en el canal deportivo ESPN como celebridades del engaño. O a volver a casa con la baraja entre las piernas.
Antes, el evento se celebraba en el emblemático hotel Binion’s, en el viejo downtown de Freemont. En la actualidad, los salones del Hotel Rio –avenida Flamingo Road a varias yardas de la caótica Strip– organizan el tinglado que concita tanto a granjeros de Wyoming como abogados de Londres, buscavidas, niños bien o reencarnaciones de rainman (dícese de las calculadoras humanas que procesan en décimas de segundo las probabilidades de triunfo y las cartas que quedan en el mazo). Mecanismo abreviado del juego: se dan dos naipes a cada jugador y se descubren otros cinco en la mesa (suertes llamadas flop, turn y river) con las que combinar. Vence la jugada más alta o quien haya ido hasta el final con su apuesta y nadie pague por ver qué llevaba. En Rounders, filme mitificado en el gremio, el personaje de Matt Damon califica al Texas Hold’em como «el Cadillac del póquer». Será por elegancia. Por la emoción que transmite. Por su acabado. Algo tendrá el vocablo «póquer» para haber desplazado a la palabra «sexo» en los buscadores de Internet.
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